¡Gózalo otra vez!









































Bugalú, mambo y descarga tropical peruanos






Por Enrique Romero

elmolestoso@latincoolture.com

Colaborador de Herencia Latina

Barcelona - España




¡Extra! ¡Extra! Acaba de salir el segundo volumen del Bugalú Tropical peruano. Así es como dan ganas de anunciar esta noticia, como lo haría, si existiera, un chasqui callejero, sonoro y bailable. La gente de la discográfica Vampi Soul no nos ha dado tiempo de digerir (léase gozar) el golpe y la sorpresa causados por el volumen uno y ¡zas! aquí está ya la segunda ración, suculenta, sorprendente y sandunguera como la primera. Veintiocho nuevos temas sesenteros a ritmo de mambo, descarga, boogaloo, y cumbia y porro colombiano orquestados.




Ocho bandas del volumen uno y diez nuevas agrupaciones se dan cita en esta segunda entrega de la música bailable cocinada en el Perú de los años sesenta, época en que se produce la gran transición de la música caribeña en Nueva York y cuya estela se extendió a todo el Caribe llegando hasta Perú, tal y como lo demuestran estas dos recopilaciones. Si en la primera entrega el golpe predominante le correspondía al boogaloo y la descarga, en esta segunda se nota aún la dependencia del mambo cubano de los años cincuenta, con reminiscencias inequívocas al sonido característico de la Sonora Matancera y la orquesta Riverside. La influencia es tan marcada que, incluso, hay temas que podrían llevar a la confusión a más de un especialista, como en el caso del tema Dejen bailar al loco, a cargo de la Sonora de Betico Salas en el que parece que cantara el mismísimo Daniel Santos, pero no, se trata de Melcochita que es un gran imitador, un gran cómico y gran músico. Otro tema confundible, donde parece estar sonando la Riverside y cantando el propio Tito Gómez, es El muñecon, pero se trata, nada más y nada menos, que del boricua Chivirico Dávila. También hay evocaciones a Celia Cruz y al legendario grupo Los Zafiros. Sin embargo, y pese a la inevitable influencia de la música cubana de los años 50, en esta recopilación se evidencian las ganas de ruptura, la necesidad de una expresión propia más acorde con los vientos revolucionarios que corrían en los años 60. Los grupos presentados no han asumido el trombón, pero sí emplean de forma ostensible la guitarra eléctrica con acentos a lo Carlos Santana, en algunos casos, y a los sextetos La Playa y La Plata, en otros. También merodean por ahí la batería y el vibráfono, y resulta enigmática la ausencia de un instrumento tan peruano como el cajón que, hoy en día, esta causando sensación en el nuevo flamenco y en el latin jazz, además de estar dignamente reivindicado en la música afro peruana contemporánea. Otros ritmos que deambulan en este segundo recopilatorio son la pachanga (vía Eddie Palmieri) y las formas orquestales y mambeadas de la cumbia y el porro colombianos.




Otro misterio Inca




En conjunto, las bandas y artistas (veintidós en total) presentados en los dos volúmenes, ostentan un alto nivel musical, un dominio sin complejos del son, el mambo y la guaracha cubanos que, junto a una gran formación en el jazz y las inquietudes rockeras de la época, les permitieron ejercer una sonoridad firme y moderna, tal y como se estaba dando y reclamando desde Nueva York. En los 54 temas que presentan los dos recopilatorios, se puede palpar la convivencia (¿o connivencia?) entre la vieja escuela cubana y los aires de ruptura que exigía el momento histórico. Se constata la evolución sonora, la que devino del mambo cubano hacía el boogaloo neoyorquino, dos estilos que, en Perú, coexistían en su momento y así se plasmaba en los bailes y las grabaciones.




Escuchados estos dos recopilatorios del groove peruano, resulta obligado admitir que éste proceso evolutivo que parecía exclusivo de Nueva York, aunque había encontrado algún eco en Puerto Rico, Venezuela y Colombia, es en Perú donde parece haber encontrado su elemento, su habitat natural, a juzgar por el gran número de formidables orquestas que, hasta hoy mismo, eran prácticamente desconocidas. Sin duda, este fenómeno sonoro fue mucho más importante en el territorio incaico que en países como Colombia o Venezuela que gozan de gran credo salsero. Y ¿cómo es que no nos habíamos enterado de este mazacote? Otro misterio de nuestra cosa latina, caballeros.




Nombres propios




Con lo expresado en el párrafo anterior, resulta obligado dejar constancia de los artistas y orquestas que originan la perplejidad... Ellos son: Al Valdéz, Alfredo Linares y su Sonora, Betico Salas y su Sonora, Carlos Muñoz y su Orquesta, Charlie Palomares y su Yuboney, Coco Lagos y Sus Orates, Compay Quinto, El Combo de Pepe, Enrique Delgado y Sus Destellos, La Sonora de Lucho Macedo, Lina Panchano, Los Hilton’s, Luis Durán y Su Saxo, Mario Alison y Su Combo, Melcochita, Nilo Espinosa y Orquesta, Ñico Estrada y su Sonora, Pedro Miguel y sus Maracaibos, Silvestre Montez y sus Guantanameros, Tito Chicoma y su Orquesta, Vicky Zamora, y Willy Marambio. Estos son los nombres propios de la sonoridad tropical peruana, los que ejecutan las 54 piezas de colección de los dos discos editados por Vampi Soul.




Scat criollo




Cabe reseñar que el segundo volumen confirma cierto humor que ya estaba insinuado en el primero; temas en los que se cuela no sólo el doble sentido y el espíritu de la guaracha propios de la música caribeña, sino también cierta forma de cantar y sonar desenfadada y circense, puro vacilón latino como si se tratara de una fiesta familiar o del barrio. Hay momentos en que parece que lo que están haciendo es burlarse del boogaloo y de esas fusiones raras llegadas de USA y, la verdad, ¿porqué no? Sin ir muy lejos, una de las agrupaciones peruanas más célebres de la época se llamó Charlie Palomares y su Yuboney. En Nueva York, Charlie Palmieri había montado una charanga con Johnny Pacheco que se llamaba Charlie Palmieri y su Orquesta La Duboney. ¿Plagio humorístico?, ¿Burla?, ¿Devoción?...




En el apartado humorístico, el caso más apabullante es el de Melcochita (Pablo Branda Villanueva) con una obra de minimalismo vocal que dejaría boquiabiertos a los mismísimos John Cage y Bobby McFerrin; se trata de la versión del bolero Cobardía (famoso en la interpretación de Leo Marini con la Sonora Matancera) en donde Melcochita hace un alarde desternillante de humor y destreza de scat criollo. Los melómanos que conocen el original de Leo Marini se verán literalmente asaltados por la de Melcochita, no sólo por la jocosidad sino, también, por la conversión tan radical de un tema triste y melancólico en una pieza humorística de gran kilataje. La versión original expone la honda crisis existencial y psíquica de un hombre que, por cobardía, se ve incapaz de amar a la mujer de su vida. La entrega de Melcochita parece convertir la tal crisis en un gatillazo erótico sin importancia, y lo canta como si se lo estuviera contando a sus socios en la esquina, acompañado de unos palitos de pisco. Una delicia impagable, pero quien no conozca y haya padecido las causas y consecuencias del bolero original de Leo Marini, no podrá degustar a plenitud la versión de Melcochita.




Peros evitables.




Estos dos discos están editados con un mimo exquisito, gracias a la labor arqueológica e historiográfica de Rafael Hurtado de Mendoza quien presenta un texto muy solvente con el chisme casi completo de estas bandas. Pero Vampi Soul ha desaprovechado el volumen dos para profundizar en dicha historia, pues se ha limitado a reproducir, sin más, el texto del primer volumen. Una lástima. Otro descuido objetable es la falta de créditos de algunos compositores e información sobre algunos de los grupos seleccionados. En cualquier caso, por musicalidad, por sonoridad, por humor, por honor a quien honor merece, por sabrosura y por gratitud, estos dos recopilatorios con lo mejor de nuestros cuñados peruanos no deben faltar en la biblioteca de los amantes y defensores de nuestra herencia latina. ¡Que venga el tercero!




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